La genética está de moda, ha salido del laboratorio y de los libros especializados de biología para poco a poco ir a las neurociencias, la medicina, el arte, las tertulias de la radio y las series de la televisión. Habitualmente cuando algo de un ámbito muy específico pasa al gran público y abarca demasiado suele sufrir cierta deformación que a veces llega a la caricatura. Cuando se divulga una idea compleja se corre el riesgo de caer en la simplificación. La sencillez es necesaria para la comprensión general, pero puede desvirtuar los matices, logrando que una complicada teoría científica pase a ser un simple hecho innegable que poco tiene que ver con la teoría inicial. Y eso le ha sucedido a muchas teorías de la genética.
Hay una opinión extendida que es errónea y puede ser mal utilizada: pensar que todos los procesos biológicos, -entre los que se incluyen desarrollarse, pensar, sentir,…-están determinados por los genes de una manera estricta. Pensar esto nos lleva a escuchar frases del tipo de “mi hijo tiene genes de futbolista, su abuelo ya jugaba…” Evidentemente el hecho de que en el entorno de ese niño, tanto familiar como social, apoye su querencia por ese deporte, ayuda mucho a que le guste el balompié. Si ese chaval nada más nacer hubiese sido adoptado por una tribu de esquimales y se hubiese trasladado a la fría Groenlandia jamás profesaría los colores del equipo de sus mayores, sobre todo porque no los hubiese conocido –ni a los colores ni a sus mayores-.
Pero dejando aparte las preferencias, que son muy modificables por el ambiente, centrémonos en lo físico. Pongamos por caso que nace un niño con la misma genética que Pelé. Un clon exacto de un Pelé recién nacido. Pero desde su nacimiento su familia lo atiborra a chocolatinas y comida basura. Desde su más tierna infancia comienza a adquirir un importante sobrepeso con los consiguientes problemas de salud, autoestima, socialización,... O imaginemos que su vida se desarrolla en un pueblo de Canadá, cercano al Polo Norte, donde el deporte más popular es el “curling” (esa especie de petanca sobre hielo). ¿Preferirá al Sao Paulo o al Internacional?, ¿Real Madrid o Barça?, o más allá, ¿conocerá siquiera el fútbol?. Tener los mismos genes que Pele pero en otra si-tuación social distinta, en otro tiempo distinto o, en una dieta distinta hacen que sea un Pelé sin físico ni vocación para el fútbol por muchos genes “de futbolista” que tenga.
Un buen ejemplo de cómo funciona la genética es el rostro. La cara, teóricamente, depende de la genética, tendremos la cara de nuestros padres, abuelos, etc,… Pero surgirán lunares, pecas, golpes en la infancia que nos dejaran cicatrices y cambiaran la cara. A lo largo de nuestra vida pondremos gestos -por imitación de los que vemos- que usaremos y cambiaran nuestros rasgos futuros, nos darán diferentes líneas. No tiene el mismo rostro una persona que sonríe mucho que otro que esta triste. No tenemos el mismo rostro si vivimos trabajando bajo el sol, que bajo un fluorescente. Dicen que con el tiempo las parejas que conviven acaban pareciéndose entre sí, y la clave es que se imitan los gestos sin querer. Flora Davis en su libro sobre el lenguaje no verbal defiende la tesis de que no solamente pasa entre familias sino incluso entre regiones. Igual que se aprenden, al aprender el lenguaje, el acento típico de la zona se aprenden los gestos que modificarán el desarrollo de la cara.
Es decir que algo tan biológico, natural y genéticamente predeterminado como es el rostro acabará siendo el espejo del alma y no el del genoma
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