Dicen que en el siglo XIII un rey navarro aficionado a la ciencia, quiso saber cuál era el idioma que hablaba por naturaleza el ser humano. Dudaba si Adán al dirigirse a Eva, le habló en arameo, sanscrito, hebreo o, más controvertido, en latín. Así que llevo a cabo un experimento en nombre de la ciencia. Cogió una docena de mujeres embarazadas y ordenó que a los niños que de ellas naciesen se les impidiera morir de frio o de hambre, y también, que no se les hablara, ni que oyesen sonido alguno procedente de la voz humana. Así, sin contaminaciones “culturales”, sabrían cual era el idioma primigenio. A las pocas semanas, todos los bebés comenzaron a rechazar el alimento, perder peso, no desarrollarse y, finalmente, morir.
El psicoanalista René Spitz, en los años 1945, 1946 y 1947 comparó el desarrollo de niños que residían en una guardería de prisión de mujeres, con el de niños criados en un orfanato para niños abandonados. En ambas instituciones, como los bebes del “experimento” anterior, todos estaban bien alimentados y cuidados desde un punto de vista puramente físico. La diferencia fundamental era que en la prisión los niños estaban con sus madres un rato cada día recibiendo “mimos”, les hablaban y tenían contacto social. Por otro lado los del orfanato tenían una cuidadora para cada siete niños, teniendo escaso contacto con seres humanos y cuidados de una manera efectiva pero poco afectiva. Además, los niños del orfanato vivían en una situación de mayor privación sensorial, ya que las cunas estaban rodeadas por sabanas que les impedían a los niños ver lo que ocurría a su alrededor.
A los cuatro meses del nacimiento, Spitz observó que los niños del orfanato tenían un mejor desarrollo evolutivo. Su primer razonamiento fue que los niños abandonados tenían mejor genética que los hijos de las presas. Pero al final del primer año los niños del orfanato eran más introvertidos, mostraban poca curiosidad o alegría y tenían muchas más infecciones. Al pasar los años, los niños de la guardería de prisión tenían el mismo desarrollo que los criados en su propia familia y de los 26 niños del orfanato sólo 2, caminaban y hablaban. Tuvo que cambiar de razonamiento y lo atribuyó al aislamiento social y falta de estímulos afectivos.
Estas observaciones se volvieron a realizar en un orfanato de Teherán en el año 1960, una institución en la que los niños no tenían casi estimulación. En ese lugar, también hallaron los mismos resultados que había obtenido Spitz. Los niños con escasa estimulación social y sensorial presentaban un desarrollo muy por debajo de la media, hasta el punto de que a los 4 años un 85% no podía andar solo.
De los estudios de Spitz tenemos que sacar en claro que en la crianza, la privación sensorial y afectiva les genera a los niños/as un retraso del desarrollo madurativo y mayor número de infecciones. Pero no al revés, es decir, un niño puede sufrir muchas infecciones y un retraso madurativo por otras muchas causas. Una de ellas es la falta de estímulos y, por lo tanto, si vemos el retraso hay que estimularle más, pero a un niño que va llevando un desarrollo normal no hay que híperestimularle.
A partir de este importante trabajo de investigación ya no se pudo ignorar la importancia de una adecuada crianza para el desarrollo sano del niño/a. Desde entonces, muchos investigadores y clínicos se han interesado en la detección temprana de los factores de riesgo evolutivo para el bebé. Entre ellos, cabe destacar a Antoine Guedeney, psiquiatra y psicoanalista infantil que ha desarrollado una escala llamada ADBB, (“alarm distress baby scale”, o “escala: bebé en apuros”, en su traducción oficial al castellano) que explora ocho signos de alarma inespecíficos que nos permiten detectar que el bebé se encuentra en una situación de dificultad que requiere un diagnóstico y tratamiento especializado.
Estos signos son la expresión facial, el contacto visual, la actividad corporal, los gestos de auto-estimulación, las vocalizaciones, la vivacidad de la respuesta a la estimulación, la relación que establece con las personas, exceptuando quien le cuida habitualmente, y, por último, pero no menos importante, la valoración subjetiva del esfuerzo necesario del adulto que lo explora para permanecer en contacto con el niño, así como también, el sentimiento de placer que proporciona el contacto con el bebé
2 comentarios:
Sumamente interesante y útil!! Me gustaría saber el nombre completo del autor para citarlo en un trabajo. muchas gracias :)
mandame un mail a miguelpsq@hotmail.com y te mando la referencia completa porque está publicado en un periódico al que se accede desde la red también.
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